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¿Y todo para qué ?

Posted in Duelo, sufro with tags , , on enero 30, 2008 by johnimonlydancing

Queridos lectores: disculpen la extención de este post, espero que al menos lo disfruten. 

Resulta que un día uno aprieta fuerte los puños, se mira con determinación al espejo y dice para si mismo: ¡basta! Resulta que un día uno se moja la cara y se muestra convencido de que todo está bien, que es momento de sacar «dry your eyes» de la playlist y abandonar una postura pesimista. Sin embargo, resulta que existen los amigos en común, y las reuniones en donde uno coincide con la que en otros días parecía ser una promesa con rostro de mujer.

En un principio todo parecía estar bien. Yo me mantenía jovial, se intercambiaban las anécdotas, y las risas y el alcohol fluían. De pronto, ella decidió que era hora de retirarse. Incluso cuando su aguante etílico es sólo comparable al del más salvaje de los kosakos, bebiendo al nivel del mar, no le hubiera sido permitido manejar maquinaria pesada.

Sin dar más razones, salió de la casa y se dirigió al coche. Yo, creyéndolo prudente, decidí acompañarla por si algo sucedía en el camino. «Tengo frió», dijo. La verdad yo también sentía un airecillo pendenciero que se colaba hasta salva-sea-la-parte, y aún así le ofrecí mi chamarra. Estoy de acuerdo, nadie me manda a ser imbécil, bien pude decirle, con tono más despreocupado que estoico: «sí, no mames, está helando» Pero bueno…

Nos subimos al coche, y partimos hacia su casa. No habían pasado más de 5 minutos cuando, sobre Barranca habiendo cruzado apenas Revolución, sentimos un tremor y un ruido estrepitoso que provenía de la llanta delantera izquierda del pequeño Ka plateado en el que nos transportábamos. ¡¡¡MADRES!!! La llanta se había impactado, después de haber sido propulsada por un bache, contra un camellón. Después…el silencio. Mi primera reacción, tratando de ser optimista, fue: ¡a huevo!, ya alcanzamos el satori, la revelación esta en nuestras manos, somos los elegidos y este estruendo es el beso de Buda que nos muestra una realidad divina lejos de todo despojo material…

Lamentablemente, no existía toque alguno de divinidad en los muchos fragmentos del tapón esparcidos por barranca, ni en el ring, tan doblado que parecía estar haciendo muecas de dolor; el único despojo material que dejábamos, era el coche parado en el carril de en medio.

Poniéndome la armadura de caballero, proferí: «no te preocupes, cambiamos rápido la llanta y nos vamos, no pasa nada.»  Antes de continuar con esta bonita anécdota, llena de lágrimas y risas, cabe mencionar que, ni mi estatura, ni mi impactante musculatura, me califican para este tipo de trabajos físicos. Pero, ¿como iba a quedar mal frente a la chica?

Primero, había que orillar el coche. La llanta no dejaba que este avanzara. «Ponlo en neutral y yo lo empujo, así no se daña el motor»  quizá, esas palabras hubieran salido de mi boca como un eufemismo sexual, pero, no, eran literales. Con mucho esfuerzo logramos orillar el coche. Saqué el gato de la cajuela, me dispuse a quitar los pernos de la llanta, mientras dos oscuras figuras eran escupidas desde las sombras hacia nuestro paradero: dos respetables oficiales de policía. «Buenas joven, todo bien» yo pujando conteste «sí oficial, todo en orden, sólo un pequeño accidente. Aquí podían suceder dos cosas: a) nos ayudaban b) nos ensartaban cual turco a manos de noble rumano.

Los pernos cedieron, y la llanta, conservando su mueca de dolor, salió. Ahora solo faltaba poner la llanta de refacción, y listo. Sin embargo no contaba yo con que los Ka tienen la llanta de refacción debajo del coche sostenida por un pequeño alambre. Tirado en el piso, jalaba y jalaba el alambre para liberar la llanta ,al ritmo de un amable: «duro joven, jálele un poquito más y ya sale.» Yo jalaba, y jalaba, tratando de que no se me saliera hasta el apellido. Ella miraba, mientras caminaba de un lado al otro, mordiéndose las uñas y diciendo: «no puede ser, no puede ser». Por fin salió la llanta, yo conserve mi apellido,  y la susodicha circunferencia de caucho fue puesta en donde debía.

«Pus mire joven, nosotros estamos pa ayudarle, digo. Y pus, digo, ya sabe que la multa por conducir ebrio es juerte, no?  Y hay que mandar el coche al corralón y a ustedes al mp por (no se cuantas) horas, digo. Y pus neta, uno no quiere incomodarlos.» Yo sabía que tanta amabilidad no era gratuita. Así que rápidamente saque $ 100 m/n  y entregándolos dije: les agradezco mucho su ayuda. Sé las consecuencias de manejar borracho, es por eso que la señorita, aquí presente, venía al volante y no, yo que traigo encima unas cubitas» subimos rápido al coche y continuamos nuestro camino.

Habiendo avanzado unos 100 metros se escuchaba un «flap, flap, flap» que provenía de la misma llanta accidentada. Sí, la llanta de refacción no tenía una sola libra de aire.  Sus nervios ya erizados se pusieron más intensos. «no te preocupes, lo peor ya pasó, esto se arregla en una gasolinera» decía tratando de calmarla.

Por fin, habiendo pasado a una gasolinera, llegamos a su casa. Ella había insistido en dejarme en mi casa primero, a lo que me negué. Después de un vaso con agua pedí mi taxi, sin contar con capital alguno,  y llegue a casa. Cabe mencionar que me ofreció quedarme en la suya, pero, la verdad encontraba un cierto gesto de incomodidad que no era mi intención provocar. A la mañana siguiente le llamé para saber como seguía, y entonces me pegó: no era yo quien debía llamar. A fin de cuentes quien se regreso solo, había sido yo, y quien solucionó todo, también. No esperaba una retribución por parte de sus labios, y en varias ocaciones agradeció todas mis atenciónes.  Yo sólo quería que se diera cuenta de que sigo ahí, siempre, para ella. De que puede contar conmigo, no como pareja, ni siquiera como amigo, sino como ser humano, como prójimo.

Resulta que un día uno amanece y lo que lo tiene triste no es precisamente la ausencia,  ni la nostalgia.  No es la tímida ira que nace a partir de la distancia. No, lo que a uno lo tiene triste es que, incluso cuando ya no hay vestigios de las antiguas tardes, uno se da cuenta de que está ahí, simplemente, sin más. creo que a sus ojos estoy, no para ella, sino como una mero estado ontológico, sin mayores calificativos, y es entonces cuando uno se sabe un poquito ignorado.