Abro el cajón de mi buró y en su interior encuentro una pequeña caja de cartón. Dentro de ella, un mundo de imágenes impresas se derrama frente a mis ojos. Fotografías de la infancia, imágenes sobre las que no tengo ya memoria, que sólo existen desde la inmediatez de las figuras en el papel, momentos que no tienen referencia en mi pasado, y sobre los cuales, construyo una historia que quizá no es la verdadera pero es la que quiero recordar. Veo la imagen de un niño. Soy yo. Me encuentro con los ojos bien abiertos, parado en el jardín de una casa que ya no existe, y no logro reconocerme. Trato de buscar en esa imagen de papel algún rasgo familiar que me permita el reconocimiento, y es inútil.