Me caracterizo por tener una de esas compulsiones neuróticas en donde las dudas no tienen cabida. Me obsesiona saber que me voy a morir sin conocer millones de libros, películas, lugares y canciones, y que esta falta de conocimiento dejará siempre un sin fin de dudas irresolutas.
El más mínimo flirteo con la punta de un iceberg me empuja al agua helada para tratar de conocer la base de este, incluso, si esto implica perder los dedos de las extremidades o las extremidades en sí. Es por todo lo anterior que los juegos detectivescos causan en mí un morboso placer que sólo puede ser equiparado a lo que sucede en la intimidad de mis párpados.
Sí, sigo con las pistas. De Blur y su «Chemical World», hemos pasado a The Rocky Horror Picture Show, de Frank N’ Furter a Bogart en Casablanca. El mapa es oscuro y en lugar de países, las rutas se componen por los fragmentos de los objetos amados que habitan en mi memoria. Mis películas queridas, las bandas que me gustan, los autores que me enseñan más de la psicología humana que de los componentes literarios de una época, son partes de la ruta.
Después de la cita a Casablanca, la última línea que Bogart le dice a Ingrid Bergman, pasamos a una cita de Romeo y Julieta, y, posteriormente a otra cita de Blur, la cual culminó en una nueva pista que citaba «No Second Troy» de Yeats. Al parecer he llegado al final del camino. Resulta que esta tierra en particular es cuadrada, y que después de Yeats el mundo encuentra su final.
Por un lado me siento aliviado, por un instante comencé a sentirme como un insecto cuyos instintos son explotados para un estudio, y es observado desde lo alto de una caja de cristal, por el otro me siento halagado, hace mucho tiempo que nadie se había tomado tantas molestias para llamar mi atención, pero sobre todo, tengo miedo. Miedo de toparme con una realidad que nada tiene que ver con mi imaginación. Miedo a decir que no y lastimar a alguien. Miedo de llegar a la base del iceberg con las extremidades mutiladas y el corazón congelado.